21 julio 2011

Nos conocimos por el camino, nos topamos, nos encontramos cuando yo estaba en una escala a lo que consideraba ser feliz y él que ya era feliz del todo me encontró cuando estaba a punto de caer. Polos opuestos, dos maneras de ver la vida que en si no coincidían en nada, pero que juntas podían cambiar algo. Creo que los dos supimos des de un principio que aquella historia nos daría para mucho. Cuando nos conocimos él estaba a punto de meterse en la mierda de su vida, su rutina cambió en nada. Al principio me gustaba pensar que yo era ese algo que le faltaba en la vida, ese algo que haría que se diera cuenta de que no había vivido tanto hasta ese momento. Y me lo agradecería, pensaba ¿Qué más puede pedir? Si sé hablar de los temas que a nadie le importa, a nadie menos a él, sé encontrar fallos también a los domingos de descanso en el sofá con la manta, sé encontrar el lado bueno de las clases de filosofía en las primeras horas del lunes, sé manejar sentimientos como quien maneja un lápiz casi sin tinta. ¿Qué más podía pedir? Me consideraba una chica casi perfecta dentro de lo normal, las demás eran aburridas y aunque fueran más guapas siempre serían más huecas. No recuerdo la primera vez que lloré por él, o por culpa de ella mejor dicho. Lloré porque me sentí pequeña, aún teniendo todas esas cualidades, aún creyéndome especial casi siempre, me sentí pequeña porque ella le conocía y yo no. Y tuve miedo a nunca poder conocerle del todo. Ella conocía lo peor de él y quería lo mejor. Yo sabía su nombre, conocía su voz a la perfección, y estaba totalmente loca por su sonrisa. Intenté apartarme de su camino, pensando que quizá ella también tenía esas cualidades y encima me superaba en algo, debía superarme, necesitaba que me superara en lo que fuera, sino no encontraba ningún sentido. Cuando me aparté, ni siquiera se dió cuenta y poco después me estaba pidiendo que le acompañara en un sueño. Antes de conocerle ya sabía que cambiaba los sueños, pero jamás pensé que fuera capaz de cambiar el mío. Dudé que fuera capaz de hacerme creer en aquel sentimiento, no me gusta decir su nombre, da mala suerte. Pero tuve que recordarlo cuando me vino a la mente una frase de algún escritor olvidado, no me acuerdo de su nombre, nadie se acordará del mío tampoco, la frase decía algo así “hay personas que creen no merecer el amor, se suelen dirigir hacía los espacios vacíos, para así tapar las brechas del pasado”. Me dolió que fuera tan cierta y que quizá no tuviera el valor de decirle nunca que conocía todo eso de él, y aún más, que deseaba conocerle mejor. No quería morir y que en mi epitafio pusieran “fue una cobarde a la hora de amar”, y esa sí es mía. Él estaba roto en pedazos, y yo esperaba cualquier momento para acercarme a él y decirle que quizá le faltaba algún trozo que sólo yo podía tener. Pero en la vida muy pocas veces había tenido este valor, y solía estrellarme casi siempre. El final de todo esto quizá alguna vez lo cuente. Imaginad que quizá fui capaz de acercarme a él y decirle todas estas tonterías, o que quizá fueron mis letras quienes le hicieron darse cuenta de todo lo que decía, imagina que quizá vivimos unos meses perfectos, o parecidos a lo que suelen llamar perfección. Imagina quizá que nos entendíamos bien y que supo hacer que ya no encontrara fallos a los domingos en el sofá con una manta. Imagina quizá que conmigo se recompuso y que sin cambiar su manera de pensar cambiamos una pequeña parte del mundo. Imagina que quizá esta historia aún sigue, imagina que dejé de ser la cobarde que no sabía amar.

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